sábado, 4 de julio de 2009

¿PARA QUÉ SIRVE LA TELE?


La televisión no es un medio neutral que pueda ser bueno o malo según el uso que quiera hacerse de él. La televisión ni siquiera es un medio de masas, sino un fin en sí mismo intrínsecamente perverso, independientemente del uso o abuso que se haga de él, porque nos convierte en una masa amorfa de espectadores resignados y pasivos.



Dice Raoul Anvélaut, con mucha razón: Los que sueñan con hacer una televisión buena son sin duda los mismos que sueñan con guerras limpias o con un capitalismo de rostro humano. Sirve para idealizar la realidad y, por lo tanto, para falsearla y darnos gato por liebre. Sirve, de paso, para que no nos demos cuenta de lo que pasa. Lo que hacen todos los llamados medios de comunicación, televisión e internet a la cabeza, es, en realidad, impedir la comunicación o puesta en común: sirven, paradójicamente, para incomunicarnos, para que no nos comuniquemos.


Hay quienes no quieren ver un problema de envergadura política en la existencia de la televisión, como en la de los automóviles individuales, argumentando que cada cual es libre de ver o no ver, de comprar o no comprar. Dicen que son cosas que están ahí, como el Sol y la Luna, naturales: como las lentejas, si las quieres las tomas y si no las dejas. No es cierto: ni son cosas naturales ni nosotros somos libres desde el momento en que la única alternativa que tenemos en esta sociedad de consumo es la elección compulsiva entre una cadena u otra, entre una u otra marca, dentro siempre de la oferta previa del mercado. Cualquiera, yo mismo, por ponerme como ejemplo, ante una televisión encendida sólo puedo hacer una cosa, que es ponerme a mirarla como un tonto a ver si me interesa lo que echan. Ya he caído en la trampa. ¿Cómo puedo saber si me interesa o no un programa si no lo veo?


La televisión comenzó siendo un monopolio estatal. Tras el fenómeno de privatización al que hemos asistido en todos los órdenes (sanidad, enseñanza, pensiones, la seguridad ciudadana, etc) ha pasado a ser también de dominio privado. Hoy coexisten la televisión pública nacional y sus sucursales autonómicas con las televisiones privadas sin mayor problema. Los defensores del libre mercado dicen que aumenta la calidad al aumentar la competencia. No es cierto. ¿Qué diferencias perceptibles hay entre unas y otras? Si uno se pone a hacer zapping y no se fija en la mosca o anagrama de cada cadena, no sabe qué emisora está viendo: en todas echan los mismos anuncios, las mismas noticias, las mismas telenovelas, los mismos concursos, los mismos reality shows... Por lo tanto no hay ninguna diferencia aparente, es decir, real en la práctica, salvo el origen del capital que las financia.


Si uno se pone a ver la televisión, va a tragar y tragar enormes dosis de realidad idealizada, la vida misma desfigurada y falsificada al ser reproducida por la pantalla. Mi cerebro no podrá procesar todas las imágenes recibidas. Al cabo de cuatro horas de programación interrumpida por anuncios publicitarios no sabré si el presidente del gobierno besaba a la folklórica de turno, si la presentadora del telediario usaba crema hidratante para tener las manos más finas arrancándose a hacer palmas y a cantar por soleares, si yo había llegado a la conclusión peregrina de tener que comprarme el último modelo de coche para llegar antes a la cita o un secador de pelo modelo 500 watios o unas compresas aladas extrafinas. ¿Llegará uno a caer en la cuenta de que está siendo sometido a un lavado de cerebro similar al del protagonista de La naranja mecánica? ¿Seguiré pensando que soy libre?




¿Culturiza?


Es una ingenuidad pensar que la televisión culturiza. El verdadero soporte de la cultura es la palabra escrita, son los libros. La TV es un medio de masificación, demasiado rápido, caleidoscópico, epiléptico, sin memoria. Predomina la imagen sobre la palabra... Y aunque digan que una imagen vale más que mil palabras, no es verdad. Demos la vuelta al refrán: vale más una palabra que mil imágenes, porque una sola palabra, dada la fuerza de evocación del lenguaje, puede sugerirnos mil imágenes, porque la palabra despierta la capacidad de nuestra imaginación o facultad de imaginar, mientras que la TV la adormece al suministrarnos las imágenes y no permitir, por lo tanto, que las elaboremos nosotros. Exige además atención exclusiva, a diferencia de la radio, por ejemplo, que podemos escuchar mientras hacemos otra cosa. La televisión absorbe como una esponja. No hablemos de las películas interrumpidas cada dos por tres para dar paso a la publicidad, porque a veces parece que es al revés, que interrumpen la publicidad para dar paso a unos brevísimos instantes de película. Los llamados programas culturales no son sino una disculpa para disimular la falta de cultura generalizada. Otra disculpa es que al público hay que darle lo que pide. Es un argumento peligroso, porque el público pide más de lo que le dan, más de lo mismo, que decía el otro. Y llega un momento en que ya no se sabe si se lo dan porque lo pide o lo pide porque se lo dan.





¿Informa?

Los programas informativos llegan a un público tan amplio y variado que tienen que simplificar al máximo sus informaciones. Se apoyan en la imagen para interesar al ojo, mientras que deberían llegar al cerebro. Por lo demás, no hace falta demostrar cómo puede manipularse la imagen. Lo malo de la información televisiva no es lo que muestra sino lo que oculta: parece que sólo pasa en el mundo lo que sale por la tele, y que eso es lo único que importa. Sin embargo, es mentira. Lo que sale por la tele no suele interesarnos mucho. Nos importan más las pequeñas cosas que nos pasan cada día en la calle, y eso no sale por la tele. Además, nunca pasa nada. La TV nos entretiene con la mentira de que pasan cosas, saturándonos de información. Disponemos de tanta información que no podemos detenernos a analizarla, porque mientras estamos analizando un hecho siguen sucediendo otros y otros y otros... Se producen tantas noticias (news) en el mundo que en realidad no nos damos cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol. Es un tópico ya denunciar la manipulación política de la televisión. Está al alcance de cualquiera comprobar cómo una cadena promociona más a un partido político que a otro, ya esté en el gobierno o en la oposición. Eso es evidente. Sucede lo mismo con la prensa escrita: no hace falta decir cuál es el periódico nacional que apoya al gobierno y cuál el que apoya a la oposición o alternativa de poder... Pero hay otra manipulación política más profunda, pero tan evidente que pasa desapercibida: sólo es noticia lo que sale por la tele, lo que nos echan, como dice la gente, para que traguemos. ¿Y lo demás?





¿Divierte y entretiene?


Ver a unos pobres tipos llevarse el coche, siempre el coche, en el programa de turno y ganar sumas astronómicas porque han respondido a una pregunta idiota, ver a los participantes haciendo el ridículo para poder salir treinta segundos en la tele o llorar porque han sido nominados o escuchar las risas enlatadas de algunas series cómicas o las tonterías que se dicen por la calle, a uno, por ponerse de ejemplo, no le divierte nada, al contrario le disgusta y le resulta patético. La televisión no divierte, lo que hace es que nos aburramos y que no nos demos cuenta de que nos aburrimos. Lo que hace es entretenernos para que no nos demos cuenta de que nos está lavando el cerebro. Lo que hace es alienarnos de tal modo que no somos conscientes de nuestra alienación, porque pensamos, infelices de nosotros, que somos libres y podemos dejar de verla.





¿Hace soñar?


Las telenovelas, las películas, las teleseries están hechas sobre el mismo modelo. Marionetas que no tienen nada de humano, porque son demasiado guapos, demasiado ricos, demasiado listos, viven aventuras, historias de amor extraordinariamente vulgares. Esta uniformidad mata la identificación y el sueño. Antes de ponernos a ver cualquiera de esas películas podemos decir que ya las hemos visto: ninguna va a sorprendernos. Sabemos cómo van a acabar antes de que hayan empezado. Y eso, en lugar de hacernos soñar, lo que hace es que apaguemos el aparato y vayamos a buscar el sueño entre las sábanas. Resulta un tópico, por otra parte, hablar de la proliferación de la violencia en la pequeña pantalla y del papel educativo, en el peor sentido de la palabra, que su contemplación conlleva en nuestra más tierna infancia. Ya hemos denunciado desde El Imposible que los niños españoles consumen una media de 1.200 horas anuales de televisión per cápita (lo que supone la friolera de 120 créditos educativos, según la equivalencia vigente de que 10 horas de formación son 1 crédito), mientras que las horas de escuela al año no rebasan las 900 (o sea, 90 créditos). Y la tendencia va, como los precios, al alza.
La retransmisión de tantas imágenes no deja sitio, paradójicamente, para echar a volar nuestra imaginación. Y sin embargo lo que nos venden son ideas: no nos venden una marca de cigarrillos cancerígenos, sino “el genuino sabor americano”; no nos venden un jarabe dulzón y efervescente, sino “la chispa de la vida” (como decían antaño) o “la vida sabe bien”, que dicen ahora; no nos venden un auto, sino la libertad de ir a donde nos plazca, cuando nos plazca y a la velocidad (superior a la legalmente permitida) que nos plazca; no nos venden una marca de agua mineral, sino la propia y sugerente idea de la esbeltez, que tantos estragos causa en forma de anorexia... Cada vez la publicidad se adueña más de la televisión, hasta el punto de que los telediarios, antaño tan serios, se ven interrumpidos por anuncios cada dos por tres. La publicidad, es decir la promoción de la sociedad de consumo, es la auténtica protagonista de la televisión: todo lo demás es relleno, una interrupción de la publicidad, que es la que manda, para darles una noticia, o unas escenas de película de tiroteo de pistolas, histerias de malfolladas y discursos de presidentes del gobierno y prohombres de los sindicatos, las empresas y la banca.
La lucha contra la televisión es una lucha política desde el momento en que ésta sirve para manipularnos y alienarnos, convirtiéndonos en simples y pasivos espectadores, vulgares y aburridos televidentes a los que no les pasa nada porque lo único que hacen es ver programas de televisión donde les pasan cosas a los demás, y sirve también para haceros consumidores de imágenes, es decir, de ideas o visiones de la realidad que lo que hacen es castrar nuestra capacidad de imaginar. El medio es el mensaje, MacLuhan dixit.


Si quieres ver, apaga la tele.

2 comentarios:

  1. me gusto!
    escribis muy bien che!
    ojala todos pensaran como vos
    ioR

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  2. esta muy bueno el posteo tiene mucha razon y mucha realidad, pero es lo que hay..

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